A veces, un pequeño gesto puede cambiar el mundo. Así lo demuestra el caso de Rosa Parks, unha humilde costurera negra que nació en el sur de los Estados Unidos en 1913. Rosa creció en un ambiente hostil, en el que ser negro constituía una especie de pecado por el que había que pagar un precio muy alto. Las personas de color, en el sur de Estados Unidos, no podían estudiar en los mismo colegios que los blancos ni curarse en en los mismos hospitales ni beber en las mismas fuentes públicas. En los autobuses, debían ceder el asiento a la gente de piel clara, y en la calle sufrían los ataques del Ku Klux Klan, que apaleaba a los negros e incendiaba sus hogares. Desde niña, Rosa engendró un hondo sentimiento de dolor e indignación frente a la discriminación racial. Un día de 1955, cuando viajaba en autobús, el conductor le exigió que se levantara de su asiento porque debía ocuparlo un blanco. Inesperadamente, Rosa dijo “no”, y con ese gesto mínimo reorientó la historia de su país, pues su ejemplo movió a la comunidad negra a reivindicar sus derechos, tantas veces violados. Un nuevo momento histórico, más humano y más justo, estaba a punto de empezar.

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