«En la Europa de principios del siglo XIX era común dejar caer saliva sobre un párrafo si el lector estaba en desacuerdo con lo que estaba escrito. Por ejemplo, si veía en él una falacia o una falta de rigor histórico. Era algo así como subrayar un texto, pero en sentido peyorativo.»
“La poesía que nos merecemos” se inscribe en esta tradición apócrifa de la bibliofilia europea: es una muestra de irreverente respeto a la ética y la estética contemporáneas, a un mundo plagado de tertulianos, influencers, cuñados, opinadores y demás criaturas de reluciente pelaje. A todos ellos, y a la poesía que producen, no va dedicado este libro.

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