Con una mezcla entre lo real y lo imaginario, la crónica y la anécdota, lo verosímil y lo realista, Víctor Manuel Vázquez Portomeñe acaba de componer un fresco histórico y medieval, una obra con enorme capacidad expresiva, con talento, color y ritmo, Brianda de Moás, una insólita muestra de literatura en la que geografía e historia, topónimos y nombres propios de hace más de un milenio se entrecruzan en la supuesta memoria de un particular cronista.
En la novela, junto con la geografía real –esa que nos permite andar por los territorios de Taboada, Chantada, Portomarín y Carballedo, acercarnos a Ourense, a Lugo, Fonsagrada o al Samos de la época–, encontramos también una topografía sentimental, porque así es la que nos lleva a las tierras condales de Brianda de Moás, coprotagonista de la historia; al monte Faro, ya lugar de romerías hace más de un milenio, o al valle do Mao, lugar de batallas totalmente olvidadas, entre otros escenarios.
Al leer esta novela nos encontramos inevitablemente con el ser de Galicia, con la cultura de Galicia, con los prados y los bosques de Galicia, con nuestros sentimientos, nuestros ríos, nuestras fuentes y los montes que conforman y dan aliento a nuestra orografía.

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