«Niñas cercadas por la espesura de los juncos que nunca supieron lo que era el horizonte; una ciudad cuya protagonista no reconoce ni recuerda, con el cableado tendido en el piso como una culebra muerta; una habitación que huele a carne retenida; la puerta de entrada a una fiesta que se abre con un insulto; una ciudad que ofrece paseos entre el feísmo arquitectónico y otro conjunto poblacional que tiene la exasperante geometría de ser un círculo perfecto, un diseño radial en un claro del bosque; o el tejado de la casa de Julián, que es un cementerio para pájaros, son algunos de los espacios ominosos que presagian la experiencia del daño, crueldad o violencia que padecerán sus personajes».
(Del prólogo de Valeria Correa Fiz)

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